No tengo la destreza escribiendo de Arturo Pérez Reverte,
pero deseo aprovechar esta modesta publicación digital para contar una historia
que por muy surrealista que parezca es verídica, pero la voy a contar sin
dar nombres (¡que bien podría!).
Yo soy de esas personas que intenta reciclar lo que le es
posible, pero soy la primera en admitir que no todo lo reciclo. Pues bien, en
el caso de la ropa hay prendas que se me quedan como nueva año tras año y la
verdad es que, cuando puedo, me gusta que me vean con ropa distinta y no
siempre se da el caso. ¿No te pasa que
hay veces en las que deseas que esa
falda que te compraste hace 5 años y que te has puesto dos veces por semana se te rompa para decir al menos “Hale… ¿ves
lo viejita que está? Me voy de shopping”? A mí me ha sucedido, pero quiero
decir de antemano que ni me sobra el dinero ni estamos en una situación
económica como para ir derrochando.
En fin, cuando vivía en Madrid, siempre que hacía cambio de
temporada la ropa que veía que se podía reutilizar se la daba a las Hermanas de
Mª Inmaculada que se encuentran en la calle Fuencarral, pero desde que hace 5
años viniese a vivir a Sevilla pues lo que hacemos en casa es llevarla al
contenedor de una ONG que está en el punto limpio de Sevilla Este, pero -mira
por dónde- esta vez decidí hacer algo distinto y veréis con lo que me encontré.
Decidí que quería donar mi ropa a personas de carne y hueso
que de verdad la necesitase, y dado que a mi alrededor no conocía a nadie con
mi talla y esas necesidades me puse a buscar en Internet y descubrí que
existían varios grupos de trueque, venta a precios anticrisis e incluso grupos
para regalar lo que te sobra, se supone a gente que lo necesite.
Pues bien, entré en el grupo “No lo tiro, lo regalo” un
grupo gestionado por ciudadanos de Sevilla con lo cual iba a tener más
posibilidades de poder entregar mi ropa a personas cercanas, que pudiesen venir
a casa a recogerla.